Una visión un poco más antigua sobre el asunto:

«No basta con endurecerle el alma; es menester endurecerle también los músculos. Exígesele demasiado a aquella si no se la secunda, y harto tiene que hacer atendiendo a dos oficios. Sé cuánto jadea la mía en compañía de cuerpo tan débil, tan sensible, que deja caer todo su peso sobre ella. Y percátome a menudo, en mis lecuras, que en sus escritos mis maestros toman, por grandeza y valor, ejemplos que más tienen que ver con la piel curtida y los huesos duros. […] Cuando los atletas emulan a los filósofos en paciencia, es más bien temple de nervios que de alma. Y cierto es que acostumbrarse a soportar el trabajo es aprender a soportar el dolor».

Michel de Montaigne,
Ensayos, libro I, cap. XXVI: 
«De la educación de los hijos».
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