child-541908_640No podemos ir más allá de nuestras fuerzas ni de nuestros medios. Y por esto, porque no depende por entero de nosotros ni el resultado ni el cumplimiento, y sólo la voluntad depende verdaderamente de nosotros, fúndanse en ella y establécense necesariamente todas las normas del deber del hombre.

Michel de Montaigne
Ensayos, libro I, cap. VII:
«Júzguense nuestros actos por la intención».

Sin embargo, hay casos que parecen (solo parecen) contradecir a Montaigne: realizamos una excursión con vistas preciosas, con miradores naturales impresionantes desde los que nos gustaría lanzarnos y volar; a falta de alas decidimos tirar una piedra para verla caer… Descalabramos a alguien que estaba 200 m. más abajo disfrutando del domingo. No era nuestra intención y, sin embargo, el mal está hecho y el juez nos condena por homicidio involuntario (aunque no por asesinato si es que hubiera habido intención de matar a la persona).

La intención o voluntad, en este caso, es un agravante, pero el acto está hecho y es juzgado como tal, es decir, como una consecuencia de una acción voluntaria o intencional. Otro caso sería que estando contemplando el panorama se desprendiera una piedra debido a nuestro peso, por ejemplo, con el mismo resultado. Eso habría sido un accidente y no una imprudencia.

Montaigne dice que se juzgan los actos por la intención, y lleva razón, lo que ocurre es que hay intenciones diferentes.

Moraleja: en cualquier caso no tiréis piedras desde las alturas y ojito dónde ponéis los pies.

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