[…] san Agustín y santo Tomás, comentando el himno a la caridad [san Pablo, Primera epístola a los corintios, XIII], mostraron perfectamente que, de las tres virtudes teologales [fe, esperanza y caridad], la caridad no sólo era la más importante de las tres, como decía san Pablo, sino la única que tiene sentido en Dios o, como dicen ellos, en el Reino. La fe pasará (¿cómo es posoble creer en Dios cuando se es en Dios? [sólo hay fe cuando no hay conocimiento]), la esperanza pasará (en el Reino ya no habrá nada que esperar [sólo se espera lo que no se tiene o lo que no se puede]), y por eso se ha dicho que la caridad es la única que «no pasará»: en el Reino sólo habrá amor, sin esperanza y sin fe. [Pero Dios no existe, ya estamos en el único Reino]. La esperanza y la fe nos han abandonado: sólo existe la carencia, sólo existe la alegría, sólo existe la caridad. Eso no es traicionar forzosamente el espíritu de Cristo, ni renunciar a seguirlo. Cristo, señala santo Tomás, no tenía «ni la fe ni la esperanza» y, sin embargo, tuvo «una caridad perfecta». Es evidente que nosotros nunca podremos alcanzar esta perfección. Pero ¿es una razón suficiente para que renunciemos al poco amor puro, gratuito o desinteresado -al poco de caridad-, por tanto, de la que quizá seamos capaces?

André Comte-Sponville, Pequeño tratado de las grandes virtudes,
«El amor», Ed. Espasa, p. 346.
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