Intentábamos la semana pasada abordar el tema de la moralidad o inmoralidad de nuestros actos a partir de ciertas situaciones cotidianas, quizás algo nimias, o no, según la sensibilidad del lector. Pero la reflexión posterior en los comentarios derivó hacia el origen y la (posible) solución de la inmoralidad: por un lado tendríamos el origen en la falta de amor, en la psicopatía; y por otro, curiosamente en un comentario que reclamaba la necesidad de una cierta psicopatía para llevar una vida medianamente sana, tendríamos que la solución a esa inmoralidad no podría lograrse sin paciencia y sin amor.

Habremos pues de dedicar una próxima pincelada a ahondar más en la relación entre la moralidad y el amor. Pero por ahora vamos a ajustarnos al título de las pinceladas, vamos a hablar de (super)héroes y (super)villanos. Y es que, la semana pasada no hablamos de los súper.

En el mundo real no existen superhéroes, como mucho, existen héroes a secas y malvados a secas, y lo de «a secas» es una generalización, digamos que equivale a «carencia de poderes sobrenaturales». ¿Por qué esta prevención? Porque el tratamiento del (súper)héroe en la cultura de masas desde los años 30 del pasado siglo hasta los 90 generalmente ha venido presentando al héroe como moralmente de una pieza, sin fisuras: el héroe bueno, el villano malo. Siempre hay contraejemplos, y en el western y cine negro hay muchos: héroes que para restaurar la justicia han de cometer inmoralidades (asesinatos); y aquí, quizá también debiéramos hablar largo y tendido sobre la relación entre justicia y moralidad.

Tenemos también la figura del antihéroe: aquel personaje de dudosa moralidad (en los aspectos familiares, sexuales, educativos…) que, buscando su propio beneficio o simplemente por deporte, restablece la justicia. O realiza cualquier otra heroicidad como Dustin Hoffman en «Héroe por accidente».

Sin llegar a tanto, al antihéroe, los héroes de carne y hueso son personas normales, con sus fisuras morales, que realizan actos heroicos careciendo de superpoderes. Y precisamente, la cuestión que queremos plantear es: ¿hasta qué punto esas fisuras morales nos definen como buenos o como malos?

Pero volvamos a los superhéroes (y héroes en general), porque en casi todas las películas y cómics desde los 90 hacia adelante el tema principal es hasta dónde puede llegar el héroe para hacer el bien, restablecer la justicia, sin por ello cometer el mal, es decir, sin acabar con el malvado o sin provocar víctimas colaterales. Y en este aspecto, quizá la DC, con «Watchmen»  y con «Batman vs. Superman: El amanecer de la justicia» haya llegado más lejos que Márvel (o no, si analizamos bien «Infinity War»), pero esto sería meternos en frikilandia.

No obstante, los héroes y superhéroes no nacieron en el s. XX, sino en los albores de la humanidad: los mitos están repletos de ellos, sólo que los superhéroes eran semidioses, como Hércules. Los héroes eran humanos normales que, ayudados o no por objetos sobrenaturales, realizaban actos extraordinarios, como Perseo (que aunque era hijo de Zeus y una mortal, no poseía poderes).

Uno de los villanos de la mitología griega era Giges, un pastor que, al igual que Bilbo Bolson, se encontró un anillo que le volvía invisible (Tolkien no dejó en ningún escrito que se hubiera inspirado en este mito, pero la influencia es clara, habida cuenta del conocimiento que tenía este autor de las distintas mitologías indoeuropeas); Giges utiliza el anillo para seducir a la reina, matar al rey y quedarse con el trono, para cometer, en definitiva, actos inmorales.

En La República Platón, por boca de Glaucon, utiliza este mito como piedra de toque de la moralidad: ¿qué no seríamos capaces de hacer si tuviéramos el anillo de Giges? ¿Seríamos buenos y honrados o utilizaríamos el poder que nos otorga el anillo en beneficio propio?

Sustituyamos el poder de la invisibilidad por cualquier otro que nos guste más (volar, lanzar fuego por los ojos, mover los objetos a distancia, volver al pasado…). Supongamos, además, que sólo podemos usarlo para (r)establecer la justicia: ¿qué no seríamos capaces de hacer? ¿Colaboraríamos con los poderes públicos o nos tomaríamos la justicia por nuestra mano? (Este, por cierto, y vinculado al anterior es otro de los temas más recurrentes en las historias de superhéroes). ¿Qué castigo impondríamos a los que ensucian las aceras con las mierdas de sus perros, a los que contaminan el campo, a los que violan a niñas, a los que malversan los fondos públicos, a los malhechores en definitiva?

Volveremos sobre el tema en la próxima entrega. Por lo pronto podéis ir contestando estas preguntas en los comentarios.

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Un comentario en «¿Superhéroe o supervillano? (II)»

  • Es interesante tu exposición porque hablas de «ejercer tu poder», aquello que te destaca, te individualiza. No sé si como «super-héroe» pero sí como SER HUMANO. Hace tiempo escribí «poder es compartir lo que uno ya ha conseguido para sí y es imposible que le quiten». Nadie te puede dar nada ni quitar nada. Aunque sí pueden recordarte lo que una vez olvidaste. También escribí «somos tan solo una incógnita de una compleja ecuación». Tener cincuenta años y unas cuantas experiencias emocionales intensas a mis espaldas me ha hecho ser algo más humilde que cuando tenia veinte y creía tener «la verdad que cambiaría el mundo». No me considero una persona religiosa «al uso» pero sí creo que la frase «Dios escribe con renglones torcidos» es una gran verdad. Personalmente creo que el «castigo» o «el premio» vans unidos irremediablemente a la propia acción pero si se trata de valorar ¿qué haríamos ante una situación de violencia extrema? recomiendo escuchar la experiencia de vida de Anneke Lucas. No puedo definirla con palabras.
    Muchas gracias Paco por ofrecernos este espacio de reflexión.

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