«El
porvenir de un hombre no está en las estrellas, sino en la voluntad y en el
dominio de sí mismo»
. Bonita frase de Shakespeare que, sin embargo, sólo
es verdad para aquellos que efectivamente ejercen su voluntad.

El concepto de
voluntad ha sido tratado ampliamente a lo largo de toda la historia de la
filosofía y podríamos simplificar diciendo que las discusiones se centran en
averiguar si la voluntad es un apetito sensible más (como el hambre o el deseo
sexual) o si, por el contrario, se trata de un apetito racional
, es decir,
determinado por la razón, de modo que tendría más que ver con la libertad que
con el instinto.
La mayoría de
los filósofos de la antigüedad se decantan por la segunda opción, igual que los
de la Edad Media, aunque estos lo hacen ante todo para mantener el concepto de “pecado”
inherente a la doctrina cristiana o musulmana (en el judaísmo es más
complicado). Sin embargo, con el racionalismo moderno y sus conceptos de “causalidad”
y “razón suficiente”, los conceptos de “libertad” y “voluntad” se debilitan. A
ello hay que añadir después las investigaciones de las ciencias sociales y
psicológicas para terminar concluyendo que el espacio en el que juega la voluntad,
como voluntad libre, es muy reducido
.
Pero al margen
de las disquisiciones teóricas sobre si nuestra voluntad es libre o no, lo que
a nosotros nos preocupa es el aspecto práctico de la cuestión: entonces, si no
soy libre… ¿puedo hacer lo que me dé la gana?
Pues parece que no, ya que existe
policía y jueces para los cuales la libertad y la responsabilidad de los actos
es un punto de partida que, como mucho, podrá tener ciertos eximentes que habrá
que demostrar.
Sartre

Y aquí hemos
dado con la piedra de toque del asunto: la responsabilidad de los actos. La
libertad (la voluntad libre) es indisociable de la responsabilidad
, y negar la
responsabilidad de nuestras acciones es, como decía Sartre, un acto de mala fe;
negar la voluntad libre es un acto de mala fe. Todas y cada una de nuestras
decisiones son decisiones libres (otra cuestión es que no nos paremos a
reflexionar sobre lo que vamos a hacer y actuemos por instinto o por costumbre,
pero en tal caso seremos responsables de no pararnos a pensar).

La voluntad es,
pues, una facultad que permite orientar nuestras acciones en un sentido u otro
(y no sólo las acciones, sino también los pensamientos). En la práctica, lo que
nos interesa es poder modificar nuestras actitudes y nuestras costumbres y para
ello hace falta fuerza de voluntad
. Estos cambios no se logran de la noche a la
mañana, sino a través de un arduo trabajo.
«Hace más el que quiere que el que puede», “la voluntad lo
puede todo”, se oye muchas veces por ahí, como eco simplificado de la voluntad
de poder de Nietzsche. Bueno, no es exactamente que lo pueda todo,
pero mucho sí, aunque hay que darle su tiempo. Podemos desprendernos de los kilos
que nos sobran en el cuerpo, pero hace falta voluntad, trabajo, disciplina (no
creemos en las dietas milagros, nos dan pavor las clínicas de estética, y
como tampoco queremos enfermar no vamos a dejar de comer de la noche a la
mañana, así que se requiere tiempo). Podemos aprobar los exámenes que nos echen,
pero hay que echarle tiempo de estudio, hay que hincar los codos durante muchas
horas. Podemos ser más felices, pero hemos de convencernos todos los días de
que tenemos lo necesario para serlo, que no nos falta nada; hemos de
proponernos realizar las tareas que nos gustan para evitar los pensamientos
negativos… Todo esto requiere un trabajo de la voluntad.
Y es que, en
efecto, otra de las piedras de toque para saber si existe la voluntad libre es comprobar
que durante mucho tiempo, años incluso, hemos mantenido una línea de acción contra
viento y marea
; podemos haber dado bandazos, pero siempre hemos terminado por
corregir el rumbo: el entrenamiento deportivo, terminar una carrera
universitaria, ir todos los días a trabajar… Muchas de estas actividades
terminan convirtiéndose en hábito, en costumbre. Este es, precisamente, el
triunfo de la voluntad: convertir en fácil y repetible lo que antes resultaba difícil y ocasional. Y de ahí el sentido que tiene la cita de Shakespeare que hemos puesto al comienzo: si mantenemos una dirección en la vida es porque estamos gobernando nuestro destino, no estamos a merced de los elementos.
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