Fieles a nuestra vocación filosófico-peripatética, hoy toca escribir sobre ética y moral (sin distinguir entre ellas). Digamos que vamos a hablar, a grosso modo, sobre el bien y el mal, sobre lo bueno o lo malos que podamos llegar a ser.

La reflexión parte, cómo no, de ciertas situaciones cotidianas que nos hacen pensar más allá de ellas mismas, que nos hacen remontar hacia la condición humana o hacia sus condiciones de existencia.

Estas situaciones son para la mayoría de nosotros nuestro pan de cada día, es decir, casi todos los días nos vemos envueltos en ellas. Pongamos un ejemplo: vas por la calle sin prestar atención y (parafraseando a Radio Futura), caes sobre la maldición, sobre la típica mierda de perro que el cerdo de turno no ha tenido a bien recoger.

A nadie se le escapa que el comportamiento del dueño de susodicho perro cagón es, a todas luces, in-cívico, es decir, no civilizado. Pero más difícil es calificarlo de in-moral, como si las mores (costumbres) no formaran parte del civis (ciudadano) o la civitas (ciudad), sino de algo más antiguo o más profundo (la religión, la familia, el campo, lo rural…), poniendo de manifiesto, una vez más, la eterna diferencia entre el campo y la ciudad: de toda la vida se ha sacado al perro al campo y se han dejado sus heces allí como abono, como parte del ciclo de la vida.

Se obvia el pequeño detalle de que la acera de la ciudad, igual que el camino en la parábola del sembrador, es terreno baldío para estas ofrendas a la Pachamama. Aunque lo más seguro es que los reacios a la calificación de inmoralidad para el acto perruno aduzcan el hecho de que existen operarios de limpieza que pronto vendrán a eliminar el desecho, siendo el caso más probable que lo recojan cuando tú lo hayas pisado.

Bien. Aparquemos este caso a un lado y pasemos a su contrario: de abandonar un producto natural en un lugar artificial pasemos al caso de abandonar productos artificiales en lugares naturales. Dentro vídeo… O sea, debajo:

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O este otro:

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Aquí la cosa cambia, ¿verdad? Y eso que veis la basura ya recogida. Salvo que seas el cerdo que ha dejado la basura ahí, la situación te indigna más que en el caso anterior, ¿por qué? Ya sea por razones éticas o estéticas parece que se trata de una profanación. Incluso si modificamos el primer caso y cambiamos la mierda de perro por los plásticos y cristales rotos o por los filtros de aceite de coche, parece (sólo parece) menos feo, indecente o inmoral dejarlos en la calle de una ciudad que en medio del bosque.

Nosotros, como educadores ambientales, estamos en la obligación de dar ejemplo y recoger todo aquello que nos encontremos por el campo y que no pertenezca a él, como guías de montaña tenemos la necesidad de mantener limpio nuestro lugar de trabajo y como amantes de la naturaleza no podemos dejarla mancillada. La cuestión es que nos llevamos la basura que otros han dejado en el monte.

¿Somos por ello «héroes»? ¿Son los que ensucian «villanos»? ¿Es esto una lucha entre el bien y el mal o, como diría Sócrates, es sólo una cuestión de educación? ¿Tú qué opinas? Deja tu comentario.

La reflexión, no obstante, no acaba aquí, en la próxima entrada ahondaremos más en el asunto.

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5 comentarios en «¿Superhéroe o supervillano? (I)»

  • Cuestión de principios y valores, poco aman a la vida y a los seres vivos. Esa agresión a la naturaleza, es no querer a nadie, ni quererse así mismo.

    • Interesante tu comentario, Manuela, porque relaciona dos órdenes o aspectos de la naturaleza humana en principio separados: los valores (objetivos en la medida en que puedan ser compartidos por una colectividad) y los sentimientos (subjetivos, propios de cada persona particular). Y decimos «en principio» porque es lo que nos han legado los filósofos antiguos (quizá con la excepción de los epicúreos, Leibniz y algunos otros). Sin embargo, las modernas neurociencias han demostrado que no existe movimiento corporal ni cognición que no esté mediada por un apetito, una querencia, un sentimiento. De este modo las nuevas pedagogías intentan enseñar (conceptos y valores) a partir del interés de los niños (otra cosa es que lo consigan con los medios de que se disponen).

      Volvemos a deslizarnos por el tobogán de la educación: ¿no se les ha enseñado a amar la naturaleza, a amarse a sí mismos?

      ¿Es entonces el mal (la falta de principios, de valores) una cierta psicopatía (incapacidad de padecer, amar, querer)?

      • Leyendo el libro de «La Sabiduría de los Psicópatas» de Kevin Dutton te das cuenta de que todos tenemos un poco de psicópatas y que a veces esa parte nos salva de vivirnos en los extremos de la emoción que por muy elevada que sea te lleva siempre a emular a Icaro. Pero yo me quedo con las palabras del tío Zovar de El Jardinero Fiel de Clarissa Pinkola Estes:
        «Mientras paseábamos, mi tío decía en tono pensativo:
        A veces la gente pregunta, ¿dónde está el Jardín del Edén?. ¡Vaya!, el Edén está en este mundo, donde quiera que nos hallemos nosotros. Toda esta tierra al completo bajo las vías del tren y las carreteras, bajo su gastada superficie, bajo los cascotes, bajo todas estas cosas, es el Jardín del Edén….tan lozano como el día en el que fue creado. Es cierto que en muchos lugares el Edén ha quedado sepultado y ha sido olvidado, pero se le puede devolver la integridad. Dondequiera que haya un suelo gastado, agostado o en desuso, debajo sigue existiendo el Edén.
        Sin embargo, nosotros no podemos devolverle la vida a la tierra a fuerza de cavar y tampoco sacaremos a paletadas el Edén que hay debajo. No, no. Por muy grande que sea el jardín…si quieres plantar algo en él tienes que hacerlo dando suaves palmadas sobre la tierra, tomando puñaditos. Procura ser amable y moderado. No recojas enormes paletadas para terminar más rápido la tarea…Así es como debes de tratar a la tierra con consideración, con serenidad».
        ¡¡Feliciades siempre por tu caminar lento y pausado que permite la reflexión y el disfrute!!

        • Suculento texto, Raquel, interpretable en varios sentidos, creo; el más obvio puede ser analogar la tierra con la naturaleza humana: la bondad del hombre está ahí, sepultada por capas de conceptos erróneos y malas experiencias. Para sacarla a flote, no obstante, no se puede intentar levantar dichas capas con excavadora, pues a la naturaleza le duele y se revuelve: no somos capaces de abandonar nuestras convicciones o costumbres de la noche a la mañana, pues forman parte de nosotros, hay que ir modificándolos lentamente… Larga tarea, pero quizá no tan extenuante.

          Por lo que toca a la psicopatía y a las emociones extremas, apliquemos el aristotelismo: en el justo medio está la virtud; ni tanto ni tan calvo.

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