[El amor de Dios, de Jesucristo, de los mártires] explica Simone Weil, es lo contrario de la violencia o, dicho de otra forma, es lo contrario tanto de la fuerza que se ejerce como de la potencia que gobierna. Según Tucidides: «por una necesidad de natura, todo ser ejerce siempre todo el poder de que dispone». Es la ley del conatus, es la ley de la potencia y no sólo en la guerra o la política, es la ley del mundo, es la ley de la vida. «Los niños son como el agua -me decía un amigo-: ocupan siempre todo el espacio disponible». Pero Dios, no; de lo contrario, en Él sólo habría Dios y no habría mundo. Pero los padres, no: a veces […] estos se retiran, retroceden, no ocupan todo el espacio disponible, no ejercen todo el poder del que disponen. ¿Por qué? Por amor: para dejar más espacio, más poder, más libertad a sus hijos, y más cuanto más débiles, más desprovistos y más frágiles sean los hijos, para no impedirles existir, para no abrumarlos con su presencia, con su poder, con su amor… Pero esto no es aplicable sólo a los padres. ¿Quién no tiene cuidado con un recién nacido? ¿Quién no limita ante él su propia fuerza? ¿Quién no se prohibe la violencia? ¿Quién no limita su poder? La debilidad manda y esto es lo que significa la caridad. […] La benevolencia está presente, la alegría está presente -pero en vacío-, pero atestiguadas sobre todo por esta fuerza que no se ejerce, por esta retirada, por esta dulzura, por esta delicadeza, por esta potencia que parece vaciarse de sí misma, limitarse a sí misma, que prefiere negarse antes que afirmarse, retirarse antes que extenderse, dar antes que poseer. Se podría decir lo contrario del agua, lo contrario de los hijos, lo contrario del conatus, lo contrario de la vida que devora o se afirma: lo contrario de la gravedad [y la fuerza]. Es lo que Simone Weil llama la gracia […] y el amor.

André Comte-Sponville, Pequeño tratado de las grandes virtudes,
«El amor», Ed. Espasa, pp. 329 s.

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