walking-591202_640Caminando no se hace más que caminar. Pero no tener que hacer nada más que caminar permite recuperar el puro sentimiento de ser, redescubrir la simple alegría de existir; la que constituye la esencia de la infancia. Así, la marcha, al liberarnos de carga, al arrancarnos la obsesión del hacer, nos permite recordar esa eternidad infantil. Quiero decir que caminar es un juego de niños. Maravillarse del día que hace, del brillo del sol, de la grandeza de los árboles y del azul del cielo. Para ello no necesito ninguna experiencia, ninguna competencia. Precisamente por ello conviene no fiarse de quienes caminan demasiado y demasiado lejos: ya lo han visto todo y no hacen más que comparar. El niño eterno es el que no ha visto nunca nada tan hermoso, porque no compara.

Frédéric Gros, «Eternidades», Andar. Una filosofía,
ed. Taurus, 3ª ed., Barcelona, 2015, pág. 91.

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