«Hay personas que son incapaces de sobrellevar con paciencia los pequeños contratiempos que constituyen, si se lo permitimos, una parte muy grande de la vida. Se enfurecen cuando pierden un tren, sufren ataques de rabia si la comida está mal cocinada, se hunden en la desesperación si la chimenea no tira bien y claman venganza contra todo el sistema industrial cuando la ropa tarda en llegar de la lavandería. Con la energía que estas personas gastan en problemas triviales, si se empleara bien, se podrían hacer y deshacer imperios. El sabio no se fija en el polvo que la sirvienta no ha limpiado, en la patata que el cocinero no ha cocido, ni en el hollín que el deshollinador no ha deshollinado. No quiero decir que no tome medidas para remediar estas cuestiones, si tiene tiempo para ello; lo que digo es que se enfrenta a ellas sin emoción. La preocupación, la impaciencia y la irritación son emociones que no sirven para nada. Los que las sienten con mucha fuerza pueden decir que son incapaces de dominarlas, y no estoy seguro de que se puedan dominar si no es con esa resignación fundamental de que hablábamos antes. Ese mismo tipo de concentración en grandes proyectos no personales, que permite sobrellevar el fracaso personal en el trabajo o los problemas de un matrimonio desdichado, sirve también para ser paciente cuando perdemos un tren o se nos cae el paraguas en el barro. Si uno tiene un carácter irritable, no creo que pueda curarse de ningún otro modo» (Bertrand Russell, La conquista de la felicidad).

Ya hemos hablado de cómo minimizar las consecuencias del estrés gracias al ejercicio físico. Sin embargo lo ideal sería atacar a las causas que producen el estrés, es decir, ir a la raíz del problema, actitud filosófica donde las haya. También hemos dicho que el estrés consiste en una respuesta ante una agresión real o imaginaria. Pues bien, es precisamente el componente imaginario lo que hemos de tratar para evitar las respuestas de estrés ante situaciones en primer lugar neutras y, después, levemente agresivas. Ojo, porque las respuestas de las que hablamos no son únicamente las visibles, físicas y/o verbales, sino también las internas, mucho más difíciles de controlar, es decir, las emociones de las que habla Russell en el texto anterior: nosotros podemos evitar contestar a nuestro jefe ante una bronca injustificada, pero por dentro podemos estar mordiéndonos la lengua y envenenándonos. Si este tipo de respuestas fuese habitual podríamos llegar a tener un serio problema de estrés ante el cual la cura podría estar en dejar aflorar las respuestas físicas. Pero entonces podríamos llegar a tener problemas de conflictos con los demás, problemas que deberíamos evitar.

Este autocontrol interno no es sino un aspecto del más amplio «autocontrol emocional» (control de los celos, control de la tristeza, etc), tema del que ya hablaremos más adelante y, al igual que éste, es una habilidad que tarda cierto tiempo en adquirirse, una habilidad que hay que entrenar toda vez que se nos presente la oportunidad. Como al principio no lo vamos a lograr deberíamos minimizar las consecuencias del estrés generado, y esto lo haremos a través del ejercicio físico. De hecho, esta técnica es un ejemplo de lo que plantea Bertrand Russel en La conquista de la felicidad; Russell considera, en contra de lo que vamos a proponer aquí, que es muy difícil modificar las emociones a través del pensamiento racional, que lo que hay que hacer es ponerse a realizar alguna actividad que nos mantenga ocupados «en cuerpo y alma» hasta que se nos pase. En realidad también propone otro método que más adelante comentamos.

Nuestra idea, en cambio, consiste en que, antes de emitir una respuesta nos paremos a reflexionar sobre la situación, a relativizarla y a pensar sobre las posibles consecuencias de nuestras respuestas, sobre todo esto último, pues las respuestas inadecuadas son lo que nos puede acarrear los mayores problemas. Como a veces esto no es posible o no podremos hacerlo en un corto espacio de tiempo, lo mejor es no hacer nada, no responder, respirar hondo, tratando de captar los detalles de la situación para luego poder analizarla mejor. Quizá la situación nos cause cierta ansiedad, sintamos un nudo en el estómago, pero más tarde trataremos de calmarnos; por el momento lo importante es mantener la compostura. Si en estas situaciones se nos exige una respuesta, lo ideal sería postergarla, hasta que estemos más relajados y esto hay que hacérselo saber a nuestro interlocutor o interlocutores.

Tras la situación estresante deberíamos realizar alguna actividad que nos devolviera la calma; pero esto a veces no es posible, porque estamos en el trabajo o por otras muchas cuestiones. Respirar hondo, tratando de concentrarse en la respiración, es uno de los métodos que mejores resultados dan. Beber agua para devolver la humedad a nuestra garganta, que se habrá quedado seca, intentar concentrarnos en todos los músculos del cuerpo para notar cuáles están en tensión y relajarlos…

Una vez recuperada la calma hay que pensar en lo ocurrido: por una parte, si ha habido una bronca, pensar en la razón que pueda llevar el otro, pensar en el fondo, significado o contenido de la reprimenda; por otra, pensar en las circunstancias que han podido llevar al otro a «perder la compostura», hablar a gritos, etc., esto es, pensar en las causas de la forma en que nos han echado la bronca. Siempre hay una razón o causa de algo, y el hecho de plantearnos simplemente la posibilidad de alguna de esas causas permite relativizar las situaciones. Cuando este proceso lo hemos automatizado, podremos mantener la calma en muchas de las situaciones que antes nos alteraban. Cuando alguien discuta con nosotros otorguémosle el beneficio de la duda, es decir, no pensemos automáticamente que está equivocado, busquemos la verdad en lo que dice.

Hay otras situaciones en las que quizá sea más difícil autocontrolarnos, por ejemplo, cuando nos empujan en el metro, cuando otro vehículo nos avasalla, cuando no tienen en cuenta al bebé que llevamos en nuestro carrito… Ante estas situaciones, la técnica es un poco la misma, pero sobre todo hay que pensar en las consecuencias de nuestras posibles respuestas. Lo más adecuado es acostumbrarse a no responder de malos modos, aunque sí deberíamos hacer saber a los otros que su comportamiento nos está molestando, poniendo en peligro, etc.

Ante todo, mantengamos la paz con una sonrisa, esto hará que el contrario también se relaje y la situación se haga menos tensa. Cuando estas respuestas nos salgan automáticamente tendremos una mayor claridad de pensamiento en las situaciones complicadas.

Bertrand Russell, en la obra citada, propone otro método para autocontrolarse: «El que ha conseguido liberarse de la tiranía de las preocupaciones descubre que la vida es mucho más alegre que cuando estaba perpetuamente irritado. Las idiosincrasias personales de sus conocidos, que antes le sacaban de quicio, ahora parecen simplemente graciosas. Si fulano está contando por trescientas cuarenta y siete vez la anécdota del obispo de la Tierra del Fuego, se divertirá tomando nota de la cifra y no intentará en vano acallarle con una anécdota propia. Si se le rompe el cordón del zapato justo cuando tiene que correr para tomar el tren de la mañana, pensará, después de soltar los tacos pertinentes, que el incidente en cuestión no tiene demasiada importancia en la historia del cosmos. Si un vecino pesado le interrumpe cuando está a punto de proponerle matrimonio a una chica, pensará que a toda la humanidad le han ocurrido desastres semejantes, exceptuando a Adán, e incluso él tuvo sus problemas. No hay límites a lo que se puede hacer para consolarse de los pequeños contratiempos mediante extrañas analogías y curiosos paralelismos. Yo creo que toda persona civilizada, hombre o mujer, tiene una imagen de sí misma y se molesta cuando ocurre algo que parece estropear esa imagen. El mejor remedio consiste en no tener una sola imagen, sino toda una galería, y seleccionar la más adecuada para el incidente en cuestión. Si algunos de los retratos son un poco ridículos, tanto mejor; no es prudente verse todo el tiempo como un héroe de tragedia clásica. Tampoco recomiendo que uno se vea siempre a sí mismo como un payaso de comedia, porque los que hacen esto resultan aún más irritantes; se necesita un poco de tacto para elegir un papel adecuado a la situación. Por supuesto, si uno es capaz de olvidarse de sí mismo y no representar ningún papel, me parece admirable. Pero si estamos acostumbrados a representar papeles, más vale hacerse un repertorio para así evitar la monotonía. «

Acabemos con una frase de Sócrates:

«Sabio, es quien sabe vivir y no quien sabe cosas o quien tiene muchos conocimientos. Sabio es quien sabe controlarse, […] conoce tus
debilidades, para aprender a dominarlas y a ser sabio de esa manera.»

Comparte: