«No te tomes la vida tan en serio, pues al fin y al cabo no vas a salir vivo de ella».

Esta frase, atribuida al filósofo estadounidense Elbert Hubbard, ilustra perfectamente el tema que queremos tratar en esta pincelada: el buen humor como actitud vital. Y es que, efectivamente, cuando hablamos de buen humor o mal humor solemos referirnos a ello en tanto que un sentimiento ligado a situaciones externas, es decir, a cosas que nos ponen de buen o mal humor, alegres o tristes.

Este tipo de sentimientos ligados a objetos externos es muy humano. Absurdo sería pretender que ante una desgracia cernida sobre un amigo, un familiar o sobre nosotros mismos no nos entristeciéramos, sin embargo esto no significa que debamos estar ya tristes para toda la vida, pues el dolor puede (y debe) pasar. Pero tampoco significa que debamos entristecernos o malhumorarnos por cualquier cosa sin importancia. Y es que, ya lo hemos dicho más veces en este blog: la mayoría de las veces que nos sentimos enfadados o tristes es por cosas sin importancia: se ha estropeado la cafetera, el metro sufre un retraso, alguien nos pisa y casi discutimos… Además son situaciones en las que los sentimientos negativos se van acumulando a lo largo del día dando lugar al final a un auténtico estado de mal humor.

Si lográsemos tomarnos a risa muchas de esas situaciones podríamos generar un estado de buen humor que nos ayudaría a soportar mejor situaciones que «objetivamente» son malhumorantes o tristes, pues desde una perspectiva médica la risa libera endorfinas y disminuye los niveles en sangre de otras hormonas como la epinefrina y la cortisona (hormonas del estrés) –otros beneficios médicos de la risa son el incremento de la producción de anticuerpos, la activación de los linfocitos, reducción del nivel de colesterol, regulación de la presión sanguínea, etc–. Ciertamente es mucho más fácil reírse de situaciones ajenas que de situaciones propias, pero por algo se empieza. Reírse de alguien que tropieza y se cae no es de mala persona; lo es no ayudarle a levantarse.

Sin embargo, para lograr reírnos de nosotros mismos debemos intentar colocarnos a una cierta distancia de nuestro ego, vernos desde fuera, como en una película cómica, como vemos a los demás. De un tiempo a esta parte vengo utilizando boina, una boina rural, con su rabito. Hace poco fui a ver a unos primos a su trabajo y uno de ellos me metió el brazo por la espalda, de abajo a arriba y dijo: «Mirad, soy Jose Luis Moreno y este es Macario». Esta situación, que cada vez que la recuerdo me dan ganas de carcajearme, en su momento no me hizo ninguna gracia, fue después, rememorándola y pensando en lo absurdo de la situación, cuando empecé a verla de otro modo. Lo ideal sería poder tomarnos con humor los acontecimientos en el momento en que se producen, pero si no es así también podemos hacerlo con posterioridad, pues al fin y al cabo lo que cuenta es el recuerdo de esos acontecimientos y no es lo mismo recordarlos con una carga emocional negativa que positiva. Esto, por cierto, sería un caso para el tema de otra pincelada: la capacidad de rectificar y de perdonarnos a nosotros mismos.

Sobre el asunto de verse a uno mismo desde fuera es muy interesante lo que dice Bertrand Russell en La conquista de la felicidad:

«No hay límites a lo que se puede hacer para consolarse de los pequeños contratiempos mediante extrañas analogías y curiosos paralelismos. Yo creo que toda persona civilizada, hombre o mujer, tiene una imagen de sí misma y se molesta cuando ocurre algo que parece estropear esa imagen. El mejor remedio consiste en no tener una sola imagen, sino toda una galería, y seleccionar la más adecuada para el incidente en cuestión. Si algunos de los retratos son un poco ridículos, tanto mejor; no es prudente verse todo el tiempo como un héroe de tragedia clásica.»

Y es que hay gente que a pesar de los múltiples problemas que tienen siempre los vemos de buen humor, incluso graciosos (mis primos son de este tipo), y cuando te hablan te transmiten ese humor (siempre y cuando no seamos nosotros el objeto de sus bromas o burlas); no obstante, también existe un límite para esto; Russell continúa así el texto anterior:

«Tampoco recomiendo que uno se vea siempre a sí mismo como un payaso de comedia, porque los que hacen esto resultan aún más irritantes; se necesita un poco de tacto para elegir un papel adecuado a la situación. Por supuesto, si uno es capaz de olvidarse de sí mismo y no representar ningún papel, me parece admirable. Pero si estamos acostumbrados a representar papeles, más vale hacerse un repertorio para así evitar la monotonía. «

En cualquier caso si el sujeto en cuestión se ríe, mejor para él, pues (como ya hemos comentado) de un tiempo a esta parte se vienen escuchando recomendaciones médicas acerca de los beneficios de la risa: existen sesiones de risoterapia, actuaciones de payasos para niños en los hospitales, etc. Pero estos beneficios médicos no son meramente fisiológicos, sino psicoterapéuticos, es decir, que no afectan sólo a nuestro cuerpo, sino también a nuestra mente, entre ellos están la liberación del temor, de la angustia y de la ira. Sobre todo es importante el efecto liberador:

«La risa mata el miedo y sin miedo no puede haber fe, porque sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios […] La risa seguirá siendo la diversión del hombre sencillo. ¿Pero qué ocurrirá si por culpa de este libro los hombres doctos declaran que es permisible reírse de todas las cosas? ¿Podemos reírnos de Dios? El mundo desembocaría en el caos.» (Adaptación cinematográfica de El nombre de la rosa, de Umberto Eco).

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